Agua
a borbotones. Lametones de gato para la suciedad de la jornada. Mucho
más sucia y malograda si cabe, que todo el día anterior. Un poco
menos de mujer, y miles de ratos para olvidar en el lamento de
cualquier noche. Pero su cielo, la espera en algún lugar perdido en
la cabeza de algún loco por descubrir, y en ese cajón de sastre
para guardar los sueños malogrados, se refugia después del sinsabor
de las uñas ajenas y los besos prohibidos.
Sangre
de mujer herida en mil batallas y un pastel de hojaldre, lleno de
capas de arcadas angelicales a los ojos del portador del bien común,
pero con un sinfín de latigazos en lo más hondo de su vientre.
Llena de saliva infame, rebrotando el miedo a no volver a ser jamás
quien siempre fue, con ese relamido gemido de orgasmos prefabricados
zumbando dentro de su cabeza.
Más.
Más. Así. Así. Jamás podrás salir de aquí princesa mía. Tu
cuerpo me pertenece y el dado de tu fortuna nunca más te dejará
volver a tirar.
El
chacal se acercá y te desaloja el monedero, entre lascivas miradas
de supuesta complicidad. Viene a por el alquiler vaginal del día, a
rentar tu capacidad mamaria y sostener el trofeo de vencedor sin
esfuerzo. Pero vencedor al fin y al cabo. Después te agachas y
recoges tus sobras sin rechistar.
Te
huele el alma a desamor y bajo la taquilla de tu vergüenza, miras de
perfumar tu esencia, perdida entre el sexo de los demonios y las
lenguas viperinas de las demás. Unas luchan por salir adelante.
Otras se lavan en el río de la medianía, para competir mejor por el
próximo bocado. Todo vale. Luchar y llorar el éxito. Besar la
mañana, mamar la tarde y follar la noche. Y un te quiero de propina
para los más necesitados.
Dejas
atrás el disfraz de Katy para absorver la madrugada recién llorada
que te transforma en Magda, la persona que mejor te conoce y en quien
te conviertes cuando no eres real. La verdad está ahí dentro, junto
a la barra de los pluriempalmados y de las penitentes portadoras de
pelucas multicolor. Entre barrigas sudorosas y virilidad de mentira.
Con un engaño de vida que te atrapa desde el primer suspiro del día,
hasta que la noche te viene a velar y convertirte en su princesa
particular.
Así,
Magda absorve el humo de un cigarrillo que le da toda la vida posible
a través de su cancerígeno aroma, mientras ajena al ruido de la
muchedumbre en busca de respuesta sexual, repite las notas que salen
desde el mp3 de su flamante deportivo:
“con
ese corazón tan cinco estrellas, que, hasta el hijo de un Diós, una
vez que la vió, se fue con ella, y no le cobró la Magdalena…”
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